El acoso y la huida

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El acoso y la huida

Al ver a su hijo regresar de la escuela y entrar a la casa con sangre en la boca y pequeñas manchas de ella en la camisa, Camila se alarmó y acercándose a él para observarlo mejor, le preguntó ¿qué te sucede?, ¿vienes de la escuela?, ¿te golpeaste?. No es nada mamá, le contestó Miguel. Me caí al salir de la escuela y dirigiéndose a su recamara le dijo: me voy a lavar la cara y poner un tafetán. Quiero estar solo y que no me molesten, porque voy a hacer tarea. Tengo mucha de biología y matemáticas, agregó. 

 El acoso y la huida

Juan Roberto Zavala

Al ver a su hijo regresar de la escuela y entrar a la casa con sangre en la boca y pequeñas manchas de ella en la camisa, Camila se alarmó y acercándose a él para observarlo mejor, le preguntó ¿qué te sucede?, ¿vienes de la escuela?, ¿te golpeaste?

No es nada mamá, le contestó Miguel. Me caí al salir de la escuela y dirigiéndose a su recamara le dijo: me voy a lavar la cara y poner un tafetán. Quiero estar solo y que no me molesten, porque voy a hacer tarea. Tengo mucha de biología y matemáticas, agregó.

Al decir esto cerró tras de sí, con gran fuerza, la puerta de su recamara y se dirigió al baño, donde se vio en el espejo y limpió la herida de sus labios. Después, se sentó junto a la pequeña mesa donde tenía sus libros y cuadernos y en la que habitualmente leía y resolvía los problemas de matemáticas y hacía sus apuntes de todas las materias escolares. Ahí mismo tenía una pequeña computadora que le servía de apoyo para cumplir con sus deberes.

Desde los primeros años de primaria y los que llevaba cursados de secundaria, Miguel había sido un estudiante ejemplar, pues independientemente del orden con que manejaba su vida, en el aula ponía atención a las explicaciones de sus maestros y diariamente dedicaba, con gusto, un par de horas a estudiar e investigar, en la red o en los libros, lo asignado por los maestros.

Ahí sentado trajo a su memoria lo que ese día le sucedió al salir de la escuela, pues al llegar a la primera esquina ya lo esperaban, con la idea de golpearlo, pues ya se lo habían sentenciado y no era la primera ocasión que ocurría, tres de sus compañeros, Gabriel, Hiram y Juan Luis y que al verlos corrió, pero pronto fue alcanzado y tirado al piso.

Ya en el suelo, se abalanzaron sobre él, propinándole golpes con manos y pies, y aunque alcanzó a ponerse boca abajo para proteger su cara, al caer se golpeó fuertemente la boca, por lo que sangró profusamente. Tal vez por eso sus compañeros se retiraron, no sin advertirle que por ser él un “marica” seguirían esperándolo, para que aprendiera.

Al concluir con este recuerdo se levantó de la silla, se dirigió a su cama y ya acostado hizo un repaso de su vida, recordando lo feliz que había sido al lado de su madre durante sus primeros diez u once años de vida, pues además de jugar, reír y cantar juntos, ella siempre le permitía acompañarla de compras, al cine y aún a algunas reuniones con sus amigas.

Por esa época él se sentía identificado con ella, pues pensaba que tenían las mismas aficiones, gustos y deseos.

Sin embargo, al concluir su niñez y entrar a la adolescencia, alrededor de los 13 años, se inició en él una transformación que lo hacía sentir y desarrollar actitudes, emociones y sentimientos, muy propios de la mujer, por lo que su madre pensó en retirarlo de sus actividades, para que tuviera lo que ella consideraba una vida plena y real.

Además y a partir de esa época el sintió una fuerte atracción afectiva, emocional y sexual por sus compañeros y otros individuos de su mismo sexo, lo que lo llevó al descubrimiento de su propia identidad y a darse cuenta, muy pronto, que no podía compartir sus sentimientos con los demás, ni con sus padres, por la aversión que existe en la sociedad hacia la homosexualidad.

El no sabía que con las últimas investigaciones se ha determinado que esta orientación sexual es el resultado de una compleja interacción de factores biológicos, cognitivos y del entorno, que no puede ser cambiada voluntariamente.

De lo que sí estaba seguro es que él no había elegido serlo. De ninguna manera, reflexionaba, pensaría en cambiar pues tenía certeza de que de no existir los prejuicios y con ellos las actitudes negativas, tendría una vida feliz y exitosa.

Sin embargo Miguel se sentía inseguro y aislado, tanto dentro como fuera de su casa, pues estaba seguro que sus padres no entenderían ni aceptarían su preferencia sexual; más cuando los dos últimos años se había interrumpido la comunicación armoniosa y sincera que antes tenía con ellos; todo esto agravado por las constantes y fuertes discusiones de sus padres, que estaban a punto de divorciarse.

Recordó también cómo al llegar a los 14 años de edad e ingresar a primero de secundaria yaprovechando su temperamento débil y tímido, algunos sus compañeros en el escuela empezaron a socavar su confianza en sí mismo, usando burlas, humillaciones y motes relativos a su sexualidad, tanto en el aula, como en los pasillos y en el patio, durante los descansos.

Él pensaba que este comportamiento de sus compañeros se agravaba por ser un buen estudiante y con un buen comportamiento dentro y fuera del salón de clases, y tenía razón, pues celosos de su desempeño escolar, con la agresión encubrían su mediocridad e inseguridad y tal vez el deseo de llevarlo al desánimo, para que dejara de ser un buen estudiante.

Asimismo recordó que con el paso del tiempo, esas agresiones verbales se fueron haciendo cada vez más frecuentes, sin que sus profesores lo ayudaran y apoyaran promoviendo su autoestima, con lo que se aisló, alejándose más de sus compañeros y de su familia, dedicando la mayor parte de su tiempo al estudio, la lectura y la televisión.

Posteriormente, a partir de sus 17 años de edad y su ingreso al tercer grado de secundaria, algunos de sus compañeros empezaron a agredirlo físicamente; primero en el patio de la escuela y después, cuando no lo podían hacer porque los maestros lo impedían, lo esperaban afuera de la escuela para burlarse y golpearlo.

Al hacerse esto frecuente, mas las constantes humillaciones y agresiones verbales en la escuela, Miguel fue, poco a poco, teniendo sentimientos de culpabilidad y con ellos una imagen negativa de sí mismo, llegando a sufrir ansiedad, miedo, dolores de cabeza, insomnio y al lograr el sueño, pesadillas.

Todo esto, se decía a sí mismo, es insoportable y abrumador y el conflicto en su familia agravaba su angustia, tristeza y frustración.

Por eso, concluía, mi vida no vale la pena y aunque en su interior existía una lucha entre el deseo de seguir vivo y el de no existir, la muerte, como lo había venido pensando durante varias semanas, es la mejor opción que tengo para escapar de mis sufrimientos.

Este razonamiento era no solo un intento de escapar a una situación angustiante, sino que encubría su convicción de abandono que había venido expresando por medio del aislamiento, de la soledad; lo que consideraba nunca desaparecería y también como una manera de expresar su descontento con sus padres, sus compañeros de escuela y con la sociedad misma y tal vez para despertar en ellos sentimientos de culpa.

En ese momento concluyó, dentro de él, esa lucha entre el deseo de morir y de seguir vivo y emprendió la huida de la vida con la pistola de su padre, que había tomado un día anterior.